Porfirio de Tiro (c. 233- c. 305)
Porfirio de Tiro fue un filósofo que continuó la línea platónica de su maestro Plotino y que destacó por su polémica anticristiana. Curiosamente, habiendo estado en compañía de Plotino tan solo durante cinco años (263-268), se alzó como compañero esencial y, a la postre, como continuador de su escuela en Roma.
Al igual que en el caso de su maestro, su origen oriental en el Levante mediterráneo no debe llevarnos a confusión, pues, efectivamente, nos encontramos ante una figura de plena identidad cultural e intelectual griega, cuya carrera profesional la llevó a cabo principalmente en Atenas y Roma. Procedía de una familia de cierto renombre (Eun. VS 4.1) en la cosmopolita región siro-palestina. Allí recibió una educación netamente helena y se dejó embeber por las múltiples y heterodoxas creencias que se profesaban a lo largo de la geografía de dicha encrucijada natural. Entre ellas cabe resaltar especialmente la de la nueva fe cristiana, en la cual se cree que debió ser instruido por parte de Orígenes de Alejandría, discípulo de Amonio Sacas, en su escuela de Cesarea Marítima —a unos noventa kilómetros al sur de Tiro— entre 248 y 250. No obstante, tal y como resultaba preceptivo en orden a continuar el bien asentado sistema educativo heleno (παιδεία), a la edad de veinte años se trasladó a la ciudad de Atenea, donde residiría durante los diez siguientes (253-263). Allí tuvo la oportunidad de relacionarse con los más distinguidos maestros de matemáticas, gramática y retórica de la época, destacando por encima de todos el polímata Longino, que igualmente había sido discípulo de Amonio en Alejandría. No tardaría Porfirio en pasar de mero “oyente” u ἀκροατής a aplicado “compañero” o ἑταῖρος de su escuela y, al punto, probablemente a amado “amigo íntimo” (γνώριμος) de aquel a quien Eunapio califica «como una biblioteca viviente y un museo ambulante» (Eun. VS 4.3). De la cercanía e intimidad entre maestro y discípulo dice mucho el hecho de que fuera precisamente Longino quien le otorgara el sobrenombre con el que se inscribió en la posteridad. Pues en su Tiro natal era conocido con el nombre fenicio, que ya llevara su padre, de Malco, cuyo significado era el de rey (βασιλεύς), de ahí el juego de palabras con el color púrpura (πορφύρεος), el color de la realeza, al que hace referencia realmente «Porfirio.» Finalmente, tras diez años en Atenas, quizás con la motivación de adentrarse en profundidad en los conocimientos de la disciplina filosófica, el último y más complejo escalafón de la educación superior helena en la Antigüedad, Porfirio se embarcó a la capital del Imperio (Porph. Plot. 5.1-5).
El filósofo tiriota arribó a la costa del Lacio en julio o agosto de 263 donde permanecería ininterrumpidamente hasta agosto de 268. Una vez allí fue inmediatamente admitido en la escuela de Plotino (Porph. Plot. 4.1-4). Tras la experiencia iniciática de su conversión filosófica, entendemos que un erudito Porfirio debió ocupar prácticamente ipso facto un puesto primordial en el círculo interno de compañeros de Plotino (cf. Eun. VS 4.6-7). Así lo sugieren las propias palabras del tiriota en su biografía de Plotino: «Y finalmente también me tuvo a mí, Porfirio de Tiro, entre sus mejores compañeros, a quien encargó que editara sus escritos» (Porph. Plot. 7.49-51).
De sus funciones como asistente de Plotino se acentúan tres en la biografía. Una primera al modo de un magister epistularum encargado de recibir, ordenar, resumir e incluso redactar una respuesta a las cartas recibidas; y es que, como es sabido, era habitual el mantenimiento de una correspondencia periódica entre los eruditos del entorno mediterráneo (Porph. Plot. 15.18-21). La segunda va en la línea de revisar manuscritos tanto de Plotino como de otros autores contemporáneos y de redactar tratados refutatorios bajo las premisas doctrinales de la escuela. En este sentido, observamos a un Plotino esforzándose sobremanera por impugnar las hipótesis de los gnósticos tanto por medio del diálogo y la diatriba en las reuniones como por escrito (Porph. Plot. 16.11; Plot. 2.9). Por último y no menos importante, poseemos una ligera referencia al modo discursivo o explicativo de Porfirio; esto es, a la manera en la que este procedía cuando era él mismo el encargado de tutorizar una reunión académica o συνουσία: «Porfirio, como una cadena de Hermes dejada caer a la humanidad, haciendo uso de su heterogénea formación explicaba todas las materias de manera que fuesen claras y fáciles de comprender» (Eun. VS 4.11). A diferencia de la oscuridad y la parquedad que denotaban las explicaciones de Plotino, Porfirio se nos muestra con una capacidad pedagógica superior. Algo en lo que influiría, entre otras características, su tono de voz, el cual, en virtud de un elogio que le lanza Plotino tras una declamación pública de este último, adquiriría una modulación como la de un hierofante (Porph. Plot. 15.6), un sacerdocio para el que se requería una estentórea y melodiosa frecuencia de voz.
Finalmente, encaramos una cuestión que bien podría tratarse como el cumplimiento de una última función adoptada por quien, como estamos viendo, fue el más distinguido de los discípulos de Plotino. No es otra sino la continuación de su escuela en Roma. En efecto, Porfirio se encontraba en Lilibeo, Sicilia, en un obligado retiro terapéutico, cuando su maestro falleció en agosto de 270. Por aquel entonces (ca. 270-272) recibió una carta firmada por su antiguo mentor Longino desde el Levante mediterráneo (Porph. Plot. 19), el cual, sabedor de la desaparición de aquel, le insta a Porfirio a que considere trasladarse desde Sicilia de vuelta a su tierra natal. Ante semejante diatriba, en su respuesta, que lamentablemente no nos ha llegado, Porfirio debió de exponer las razones por las que debía declinar su oferta. Convencido de la pureza de las doctrinas platónicas aprehendidas de Plotino y, por lo tanto, profundamente convertido a dicha filosofía, no podía dejar de regresar a la capital para asumir el puesto director y continuador de una nueva comunidad carismática. Si bien es cierto que la plotiniana se había disgregado, parece que Porfirio generó una nueva a su alrededor de la que apenas sabemos nada más allá de la pomposa descripción de Eunapio (VS 4.13-16) y algunos nombres como los de los senadores Crisaurio y Nemertio, y los filósofos Gedalio y Gauro, Teodoro de Ásine y, según la tradición, su sucesor como escolarca neoplatónico, Jámblico de Calcis. Así pues, una total oscuridad informativa, pues apenas sabemos que se casó con una viuda de un amigo suyo de nombre Marcela en lo que se ha interpretado como un matrimonio blanco, envuelve los más de treinta años que transcurrieron hasta su muerte, que se produjo en Roma (Eun. VS 4.18).
MARCO ALVIZ FERNÁNDEZ
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Cita
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